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Emisión de criptoactivos: hacia la innovación estratégica corporativa

Por José Alberto Pérez — 25 de junio de 2019

Uno de los objetivos de futuro de las entidades será dotarse de equipos heterogéneos y perfiles con conocimientos especializados en diferentes áreas

Además de ser el proyecto que dio nombre a la tecnología blockchain, Bitcoin se considera la primera criptomoneda descentralizada. Una moneda digital nacida de una iniciativa de desarrollo en colaboración abierta, sin financiación; respaldada por el compromiso de los miembros anónimos que soportan el sistema de transacciones y registro (a los que se incentiva con las propias monedas), y la confianza de su comunidad de usuarios.

Mantener el compromiso y la confianza dependía, por tanto, de conseguir que los bitcoin resultaran atractivos económicamente. En el momento en que la criptomoneda se aceptó como moneda de cambio (la primera vez, por una pizza), se disparó su interés, uso y cotización.

El éxito de este sistema animó a otros proyectos de filosofía descentralizada a seguir su modelo, en especial aquellos que además permitían la emisión de tokens, unos identificadores únicos que suponen la representación digital de un activo, bien o servicio prestado por la entidad privada que los emite.

A diferencia de las monedas, que son nativas a su propia plataforma blockchain/DLT, los tokens se asocian a plataformas ya existentes que facilitan su proceso de creación y lanzamiento, mayoritariamente Ethereum. Esta función ha permitido que en pocos años se haya desarrollado un mercado de más de 2.000 monedas y tokens, con una capitalización actual equivalente a la de un gran banco mundial.

Imitando a los mercados de valores, muchos proyectos intentan captar fondos con una distribución inicial de su nueva moneda (preminada) o token, proceso conocido como crowdsale. Articulada normalmente a través de una ICO, este mecanismo de financiación tipo crowdfunding ha derivado en ambigüedad legal, en algunos casos, y directamente en fraude en otros, apremiando a las autoridades regulatorias a actuar.

Para asegurar mayor transparencia hacia el consumidor e inversor, estos criptoactivos se han clasificado, atendiendo a su finalidad, en tres principales tipos:

– Los utility tokens, que suponen un derecho de acceso futuro a productos o servicios de una compañía, al contribuir al sistema o interactuar con él. Aunque pueden catalogarse como cryptocurrency exchanges, el consumidor no tiene como objetivo principal negociar con ellos.

– Los security tokens, considerados como un medio de inversión, ya sea de la propia entidad emisora o de los activos subyacentes, que han de cumplir requisitos legales aplicables a títulos-valor. La principal motivación es obtener beneficio económico.

– Las criptodivisas o criptomonedas, que a pesar de no ser emitidas por las autoridades centrales correspondientes, están admitidas como método de cambio. Sin embargo, hay que tener en cuenta que no sirven para este propósito debido a la gran volatilidad que sufren. Un tipo particular de criptodivisas con las que se quiere asegurar estabilidad son las stable coins, manteniendo la paridad con otro valor externo que las respalde (collateralized): una moneda fiat, otro bien (commodity), u otra criptomoneda a la que se asocian. Otros métodos prescinden del respaldo de otro valor y utilizan algoritmos y smart contracts para evitar las fluctuaciones de precio.

Una vez emitidos pueden pasar a listarse en plataformas donde negociar su intercambio, y adquirirlos para su uso, custodia, o transmisión con los mismos compromisos que exige la ley para sus equivalentes tradicionales.

Esta tendencia regulatoria está animando a grandes corporaciones de finanzas, legal, energía, banca e incluso bancos centrales, a crear este tipo de activos. Por un lado, debido a que encuentran en las criptodivisas un sistema de pagos endógeno, rápido y eficiente; y por otro, ya que los tokens permiten lanzar nuevos productos y servicios bajo un modelo más participativo, que busca la implicación de las comunidades interesadas para soportar su desarrollo, reduciendo el riesgo financiero y la exposición del conjunto de la entidad.

¿Qué aporta a las organizaciones?

La mayor red social y de mensajería ha sido la última en tener su propia moneda digital y aprovechar sus plataformas para permitir transacciones entre usuarios particulares y negocios. Con las redes llega el comercio, y con el comercio vienen los pagos.

Pero son las corporaciones de larga trayectoria industrial, en plena necesidad de transformación de sus modelos operativos y de negocio, las que ven mayor potencial en los instrumentos de tokenización, ya sea para afrontar los retos de la digitalización, de los nuevos tipos de economía o de una mayor responsabilidad social y ecológica. Para las entidades suponen un medio innovador que permite:

– Enfocar el desarrollo de nuevos productos y servicios a un entorno digital y tecnificado.

Asociarse, bajo modelos de inversión compartidos, con las comunidades de usuarios que apuestan por los productos y servicios propuestos.

Registrar la huella del impacto de sus productos y servicios.

Para el desarrollo de este tipo de proyectos, las organizaciones tienen que contar con equipos heterogéneos que asuman distintos roles (gestión de proyectos, de producto, de innovación, especialista blockchain,…) y perfiles con conocimientos especializados en diferentes áreas corporativas (legal, IT, finanzas,…). Con esta premisa, uno de los objetivos de futuro de las entidades será dotar de estas habilidades y conocimientos a su organización.

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