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¿Dónde estabais, ingenieras?

Por Ana Moliner — 5 de octubre de 2017

La mentoría no entiende de sexos, pero permite visibilizar roles y guiar a las nuevas generaciones independientemente de su género

No soy ingeniera por vocación. Cuando era pequeña no sabía qué hacían los ingenieros y mucho menos si existían ingenieras, porque no conocía a ninguna mujer a mi alrededor que lo fuese, ni tan siquiera tenía referentes externos. ¿Dónde estabais?

¿Cómo llegué a estudiar ingeniería? Y para más inri, ¿de telecos? Pues creo que fue por falta de vocación alternativa. Sabía lo que no quería estudiar, pero no sabia qué quería estudiar. Así que, como muchas otras chicas de mi edad, tomé la decisión días antes de la preinscripción universitaria. Se me daban bien las mates, la física, era de ciencias… También me gustaban las letras, la historia… Un lío. Pero me dijeron que las telecos tenían futuro.

Fue el primer momento en el que hubiese agradecido el apoyo de un mentor o de una mentora que me hubiese guiado y ayudado a decidir qué carrera elegir.

De hecho, la mentoría debería empezar en edades muy tempranas, incluso en primaria o secundaria. Las charlas en colegios, la mentoría de estudiantes de Bachillerato, es una herramienta muy valiosa que complementa la tarea de los tutores en los institutos y que aporta a los estudiantes la visión del mundo empresarial que muchos de los educadores no tienen. Además, promueve la visibilización de género en el ámbito de las STEM (science, technology, engineering y mathematics), factor clave para el refuerzo de las vocaciones en las niñas a edades tempranas.

Siguiendo con mi historia. Pasé la carrera con más pena que gloria pero al final, entre fiesta y fiesta, partidas de mus en el bar, y alguna que otra maratón en la biblioteca, se acabó el periodo universitario. Y vinieron otra vez las dudas: ¿ahora qué hago?, ¿me voy a Nueva Zelanda un año sabático, hago un master o me pongo a trabajar?, ¿dónde, en qué sector?, ¿en una operadora, en el sector corporativo?

Este fue el segundo momento en el que me hubiese ido de perlas conocer de cerca la experiencia de un mentor/a que me explicase las opciones existentes, la demanda del mercado laboral, y que midiera el grado de realismo de mis expectativas. En fin, que desde su conocimiento de la “vida real” me explicase a qué me iba a enfrentar.

Porque un mentor no decide por ti. Te explica, te orienta y te habla de sus propias experiencias. Un mentor no necesita una formación específica, simplemente haber vivido con anterioridad las etapas estudiantiles o profesionales por las que, en breve, vas a pasar tú, y no es un coach.

La mentoría no entiende de sexos, pero permite visibilizar roles, sensibilizar y guiar a las nuevas generaciones independientemente de su género. Por ello defiendo la mentoría con el objetivo de crear referentes y motivar vocaciones entre el alumnado femenino, pero no solo para ellas, los chicos deben tenerlos también, por razones distintas.

Además, en el proceso de mentoría no solo aprende el mentorizado/a, sino que el aprendizaje es bidireccional, como en toda relación de tú a tú. Se establece un vínculo de confianza, transmites experiencias y reflexionas compartiendo, comunicando. Es una experiencia enriquecedora y muy muy recomendable.

Ahora puedo decir que soy mentora, por vocación. Porque compartir experiencias vividas y lecciones aprendidas, explicar tus errores y aciertos, y compartir distintos puntos de vista, es el mejor regalo que podemos hacer a nuestros hijos, hijas, niños, niñas, estudiantes de secundaria y universitarios/as que hoy, más que nunca, necesitan tener una mente crítica y lúcida.

Y porque creo que las mujeres cambiaremos el mundo y haremos de él un lugar mejor, pero para eso debemos tener acceso a los puestos de decisión, y para ello, estar formadas en todas las disciplinas.

Las STEM son el futuro y debemos animar y acompañar a las niñas (que así lo decidan) a estudiar estas carreras porque, como mínimo, deben saber que existen y que tienen todo el potencial necesario para ser las mejores.

 

 

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